Su delineador me recordaba las fiestas en su casa,
y a la mesa de plástico en su jardín donde bebíamos. Claro que no estamos en
una fiesta. Acaba de salir del examen; y yo estaba en su Facultad para
devolverle su neceser de comida, que había dejado olvidada en la Oficina de
Finanzas. Eran las ocho de la noche. No había nada que hacer. No era necesario
imaginar que podía suceder, simplemente era un favor a una amiga del trabajo.
Un favor antes de regresar a casa. Una amiga. Eso era lo que quería Alejandra.
Solo amigos. Una estupidez.
Nunca había dado veracidad a una amistad entre
géneros. No tenia amigas, y menos una ex que quiera mantener una amistad. Me
sonaba a manipulación. Algo como: no tener relaciones pero si obligación de
hacer favores. Como darle el alcance en su facultad para entregarle una de sus
pertenencias olvidadas. Pero había accedido. Allí radica mi estupidez.
Estaba frente a mí. Ya no recuerdo ni como se
vestía. Me había deslumbrado sus ojos y su rostro tan cerca. Tres meses
pasaron. Rayos, si que la extrañe. El primer mes la odie sin duda y la maldije
también. El segundo mes la extrañe. Y ahora solo quiero cualquier excusa para
cruzármela.
Fue extraño. No era el mejor lugar para decirme
que el año nuevo anterior se beso con Carlos, un amigo de su secundaria, y que
en el mes siguiente había descubierto que no le prestaba atención; que nunca
recibía explicación sincera de cuando desaparecía por días. Estábamos en Punta
Hermosa. Y en vez de llorar, salí caminando; no quería que viera m rostro de
tristeza. No podía refutarle, porque tenía razón en mis desapariciones. Solo
quería que me diera otra oportunidad, porque era lo que siempre imagine para
mí. Era o que más deseaba, y también seguía siendo una utopía, porque aun tenía
mucho por hacer para descubrir todo su pasado y proyectarla conmigo en el
futuro. Solo vivíamos el presente. Y era increíble.
Le pregunte si tenía clases después. Dijo que solo
vino al examen y que ya se iba. Ya no pones tu teléfono en la firma de tu
correo ¿qué paso? Me robaron el celular; pero ya tengo uno nuevo. Hubo un
silencio. Sus ojos volvieron hacia mí. Imagino que esperaba que le pidiera el
número. Pero en ese momento pensé que no quería dármelo y por eso mejor no
pedirlo. Una estupidez.
En la combi de regreso por la panamericana sur,
llore un poco. Me moleste con ella. Sus silencios, su forma de alentarme a
integrarme su realidad, sus preguntas constantes sobre porque no llame el fin
de semana, sus sonrisa sencilla, su ruborizada cara cuando decía obscenidades: Se
suponía que tenía que guardar las formas
así su padre no esté cerca, porque si te acostumbras a comportarse de dos
formas distintas: una en la intimidad, y otra en público; en los momentos más
inesperados y cuando la presión empuja tu cabeza, puede que los instintos más
barbáricos salgan a la palestra; y manches todo tu honor, reputación y todos
tus logros sean minimizados o ridiculizados, restándole valor a todo el
sacrificio que empleaste para conseguirlos. Admiraba su templanza. Pero sentía
que era una máscara. Por eso seguí a Eugenia, y por eso desaparecía por
momentos. Para descubrirme a mí y un poco a ella.
Es todo lo que mi imaginación puede materializar
como mujer. Es perfecta. Pero agacho la mirada. Percibió que la miraba con
añoranza, con deseo, con nostalgia. Habría recordado su situación. Estaba
saliendo con Carlos, algunos de sus compañeros de aula lo conocen; no sería correcta
una charla muy cercana con su ex. Se haría una grieta a su confiabilidad. Le
daría una pequeña rendija a la excusa de que la ataque por mi culpa. Esta
estúpida conversación podría volver el caballito de batalla para una pelea
entre Carlos y Alejandra.
A decir de ella, Carlos había visto desde mucho
tiempo atrás toda su trayectoria, sus logros, sus movimientos, la muerte de su
madre, la segunda relación de su padre, el desequilibrio de su hermana, y a
pesar de no haberlo manifestado durante todo ese tiempo, Carlos la quería en su
mente. La admiraba e hizo muchas cosas para ser también un exitoso. Por esa
revelación y otros hechos que de mencionarlos sonarían a flagelación, es que el
pasado año nuevo todo se me escapo de control.
La bese en la mejilla. Olía bien. No se
exactamente a que. Mis sentidos apenas trabajaban. Mi concentración estaba en
su altura, su distancia, en el espacio que ocupada. Tan cercano. Muy distante.
Se separo, se alejaba. Volteo y dio una última mirada. Me sentía diminuto,
insignificante. Tenía que hacer algo. Pero no me correspondía. El último año
había sido como un golpe de suerte divina. Pero recordar o que Alejandra creía
de la suerte, me trajo al presente. Recordar lo que Eugenia creía sobre la
conciencia, me trajo al presente. Mentiría si digiera que no pensé en Alejandra
esa noche en mi casa, que no escuche un disco de música brasileña y no vi su
baile frente a mí. Que no creí que eso era real. Una estupidez.
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