8/9/13

Cuando la vorágine te encuentra

El Sr. Vicente hablaba por teléfono con su esposa, le explicaba que había surgido un accidente en la casa de los Señores, por eso estaba en el hospital y tenía para algunas horas más. La pequeña Vanessa se me acercó. No tenía la intensión de increparme nada, pero preguntó qué había sucedido esa tarde entre Ale y Yo. Nada, solo conversamos; le dije sin mostrar preocupación ni miedo, solo serenidad. Gio salió de la Sala de Urgencias, fue al encuentro de la pequeña, la abrazó. Todo está bien, llegué a escuchar que le decía. Sentí paz, no porque haya tenido culpa de algo, si no una tranquilidad de que estaba fuera de peligro. Me observé a mi mismo en aquel pasillo. Carlos ya se había ido hace bastante. Vicente y Yo éramos los únicos no familiares que permanecía allí, al menos Vicente tenía una obligación laboral para quedarse, yo no.

Entré al ascensor, marqué el número uno; mire la pequeña pantalla donde los números rojos iban en descenso. Rayos por qué fue tan descuidada? Llegó a contarle a Gio lo que había descubierto? Cómo Vanessa supo que me reuní con su hermana hace 7 horas? Me preguntaba aturdido por no poder imaginar una respuesta sensata. Dos… Dos… Qué carajo, dije; la pantalla del ascensor indicaba el Segundo Piso, pero no avanzaba, toque el número uno otra vez, pero nada, toque otra vez con un poco de desesperación. Se abrió la puerta del ascensor. Un silencio sepulcral invadió me invadió. Rayos otra vez, pensé mientras recordaba el incidente en el piso diez de un hotel.

Como lo suponía, no había ni una sola persona en ese piso. Camine por largo pasillo mayólicas blancas, traté de abrir la puerta de la primera habitación que encontré a mi derecha. Cerrada. Llegué a la estación de control de las enfermeras. Vi los registros de los pacientes. En la mesa habían pastillas agrupadas de a cinco. El televisor donde las enfermeras se distraían viendo un programa concurso, estaba encendida; pero no había nadie. Vi que una luz roja parpadeaba en el dintel de la puerta de una habitación al final del pasillo. Llegué hasta allí. Cerrada. Miré a la izquierda y tranquilidad regresó a mi cuerpo. Escaleras de emergencia. Baje por los primeros escalones, gire a la izquierda cuando un frio intenso sacudió uno de mis brazos. Allí estaba Eugenia con una mirada inexpresiva, tal y como en el balcón del piso diez de un hotel.

             - Voy a hacer que pares con esta mierda, te voy a ubicar… - dije mientras pasaba las manos por mi frente, y observaba la peluca color palo rosa que tenia puesta, y los lentes sin luna que sostenía en su mano derecha.

             - No tengo tiempo. Vine a hablar de ti. Qué haces acá. Dijiste que no te               importaba. Aun contestas las llamadas de Alejandra? Pensé que habías entendido, que ella no es lo que creías. Todo fue una máscara. Dijiste que repudiabas la cotidianidad de sus actos de doble moral.

            - Yo no dije eso! Nunca la juzgué

            - Lo pensaste. Lo sé.

            - Se accidentó, lo sabías? Encontró algo fuerte sobre su padre. No sabía que hacer.

            - Y a ti que te importa

            - Déjate de huevadas. Qué quieres.

            - Ya habías aprendido a decir “no”, demostraste tu fuerza, hacías lo que querías;   qué paso, que te pasó que volviste a necesitar su proyección. Porque eso es, una idea. No es de verdad – Eugenia se coloco los lentes, y retrocedía bajando peldaño a peldaño muy lentamente.

           - Solo vete. Me asusta que aparezcas. Dónde estás en realidad… No me importa lo que tengas que decirme. Tú jodiste todo desde el principio.

           - Solo te abrí los ojos. Hoy algo te hizo cerrarlos. Piénsalo – Y salió corriendo. Abrió la puerta de emergencia del primer piso, se filtró el ruido típico de un hospital. Se cerró la puerta.

Por fin estaba en el primer piso. Saqué el celular del bolsillo. Rayos es tarde. Avancé por entre algunas enfermeras, internistas, residentes y pacientes. Llegué donde un montón de familiares aguardaban sentados, mirando como hipnotizados un monitor LED. La noche invernal me recibió. La vereda estaba húmeda. Una llovizna menuda no cesaba. La Javier Prado y sus vehículos presurosos, pero lentos por el tráfico, me indican que el mundo seguía allí. Camino pensando cómo averiguar la dirección de Eugenia. Un letrero iluminado y un pequeño puente, me recuerdan que debo apurarme a subir al transporte público. Ultimo embarque. Jóvenes con audífonos mirando sus celulares. Señores con casacas deportivas y jean. Señoras con grandes abrigos y tinte en el pelo. Una envoltura de chocolate debajo de un asiento. La Estación donde Alejandra se baja para tomar otro transporte hasta su casa. Un sujeto con blazer y mochila al hombro. Una chica sentada revisando su Facebook. La Estación donde me bajo. La llovizna otra vez. Un Supermercado. La puerta. Mi cama. Mi lugar conocido. Mi rutina. Mis pensamientos.


Cuando la vorágine te encuentra, solo te queda resistirla y aprender de las secuelas que deja. Estaba cerrando los ojos? No lo sé. Nunca la juzgue. Solo no me agradó como avanzábamos. No tengo culpa de su accidente. No soy el que debe cargar con el secreto que Ale descubrió. Pero acudió a mí después de mucho, porque sabía que no la abandonaría sola con esto. O solo quería tenerme como estrategia? Pero yo ya la había dejado atrás. Se suponía que no debía contestar el teléfono. Por qué tenía una peluca color palo rosa y unos lentes?
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Pronto Parte Nº 04: La primera en todo.

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